Travesía por el Cabo de Gata. Mares del sur
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Cabo de Gata. Mares del sur
Vertiginosos acantilados, playas solitarias, caminos milenarios, torres
de defensa, escenarios de película… El paisaje volcánico del Cabo de Gata nos
seduce con sus parajes agrestes y nos regala una ruta de 170 km llena de emociones y
lecciones sobre el pasado de este territorio sin igual. Este año, los Reyes Magos de Oriente nos trajeron un regalo descomunal: cuatro días libres y dos billetes de autobús para nosotros y nuestras bicis para ir a recorrer el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar, en Almería. Al día siguiente, el 7 de enero, canjeábamos el bonobici, colgábamos el cartel de “cerrado, nos ha tocado la lotería” y poníamos rumbo a los mares del sur.
Hacia el fin del mundo
Día 1: Almería-San José 48 km/360 m+
Incluso para un trasero curtido, trece horas dentro de un autobús pueden ser muchas horas. Quizá por eso cuando el conductor nos despierta a voces –“¡los de las bicis, ya estamos en Almería!”– dos horas antes de lo previsto, estamos a punto de darle un par de besos. “Será fitipaldi el tío…”.
Lo nuestro es motivación absoluta, pero la verdad es que el Cabo de Gata promete, y más en esta época del año en que muchos sufrimos los duros efectos del síndrome de abstinencia del culotte corto. A las 7 a.m. aún es noche cerrada, pero no hemos hecho 800 km enlatados en un bus desde Barcelona para ahora esperar sentados a que amanezca en la estación de Almería. Montamos las bicis, encendemos los focos y el GPS y partimos sin dudarlo hacia el cabo de Gata, pedaleando emocionados por el paseo marítimo, a estas horas completamente desierto.
El Mediterráneo reposa como un espejo mientras el sol entra en escena suavemente, tiñendo de violáceo la bóveda celeste y mostrándonos una oscura silueta montañosa que se alza al otro lado del golfo de Almería. En su extremo, un faro se enciende cada pocos segundos. Es el Cabo de Gata. Hasta allí nos quedan 33 km completamente llanos, primero por un bici-carril que llega hasta la universidad y luego una serie de caminos y pistas que enlazan el aeropuerto y un par de urbanizaciones colindantes con el parque natural.
Poco más allá divisamos una vieja torre vigía y los restos de una fábrica de salazones de la época romana. Una árida estepa litoral poblada por palmitos y esparteras nos da la bienvenida al parque y a su albufera, que alberga unas inmensas salinas en las que descansan bandadas de esbeltos flamencos de plumaje rosado. Nos topamos con la primera cuesta hasta sobrepasar La Fabriquilla, pero tras la correspondiente bajada nos encontramos ya a los pies del faro, disfrutando de la impresionante vista del arrecife de Las Sirenas, bautizado así por los pescadores de antaño, en alusión a las focas monje que habitaban estas costas hasta hace apenas 40 años.
La ruta continúa por pista asfaltada hacia el collado de Vela
Blanca, donde volveremos a perder altura, aunque ya por pista de tierra y dentro de un sector vetado al tránsito motorizado. El descenso es rápido, pero la costa es un derroche imaginativo de formas y colores, un abanico surrealista de texturas, ensenadas, islotes, agujas y precipicios. Por eso avanzamos sin prisas, atentos a cualquier cambio, con tal de no descuidar ningún paisaje, ningún rincón, entrando y saliendo de playas desiertas flanqueadas por montañas de lava pulida por los elementos, chimeneas volcánicas, columnas de basalto, dunas fósiles…
Pasamos junto a cala Carbón y visitamos la ensenada de la Media Luna. Entramos en la emblemática playa del Mónsul, presidida por un espectacular tómbolo conocido como La Peineta. Caminamos embobados sobre la arena compacta de una playa universalmente conocida, aunque sea sólo gracias a la escena del paraguas y los pájaros de Indiana Jones y la última cruzada. Desde la playa del Mónsul saltamos a la de Los Genoveses por la pista principal, y aquí tomamos un camino más estrecho que sube hasta el molino restaurado que nos da la bienvenida a San José, en otro tiempo pueblo de pescadores y que en los últimos años se ha convertido en el principal enclave turístico dentro del parque natural.
Con una sonrisa de oreja a oreja, aunque algo cansados, llegamos al céntrico Hostal Sol Bahía, en el que no tienen objeción a que nuestras bicis duerman en la misma habitación que nosotros. Menuda bacanal. Aquí Julien Absalon sería feliz.
Bueno y breve, dos veces…
Día 2: San José-Las Negras 26 km/470 m+
La nochecita medio en vela en el bus y la cena a base de boquerones fritos y otros sabrosos frutos del mar en el Restaurante El Emigrante –frente al hostal– nos inducen a un estado de letargo ineludible en cuanto olemos la cama. Tras once horas de sueño reparador, el segundo día de ruta empieza con un leve retraso sobre el horario que se podría calificar de decente. Dan las diez cuando abandonamos San José, sin complejos, cargados con las mochilas, ávidos de más paisajes sobrenaturales y, cómo no, algunas emociones bikers.Como si los dioses nos hubieran escuchado, el camino enseguida da muestras de mayor fiereza que en la jornada anterior, pero de pronto nos sacude en los morros con una trialera de las que aniquilan por hipoxia varios millones de neuronas por segundo. Sin aliento ni orgullo, echamos pie a tierra mucho antes de llegar al tremendo acantilado del cerro de Cala Higuera, coronado por otra expectante torre vigía. La pista se ensancha al bajar hacia la antigua cantera de tonos claros de la que se extraía bentonita y pasamos raudos junto a las ruinas de la Casa de Los Tomates –un cuartel de la Guardia Civil abandonado–, pero a partir de la playa de Piedra Galera descubrimos gratas huellas que contornean la accidentada línea de la costa hacia la Ensenada de Los Escullos, el castillo de San Felipe y, finalmente, la Isleta del Moro, donde paramos a comer.
Atrás ha quedado el cerro de Los Frailes, que con 493 metros ostenta el título de punto más elevado del parque. Sus acantilados ofrecen hermosas formas de erosión marina en lo que fue el interior de la caldera volcánica, columnas de basalto que asemejan elegantes cortinas de láminas y canteras al pie de las mismas, ya abandonadas, de las que se extraían adoquines para las calles de las ciudades.
Recuperadas las fuerzas, retomamos las bicis poseídos por el espíritu de la improvisación. Tras unos minutos de pedaleo suave por la carretera, tomamos una senda que baja hasta la cala de los Toros antes de subir al mirador del cerro de la Amatista, al que sólo se puede acceder por asfalto. Al otro lado del collado, a media bajada, nos desviamos a la derecha por una senda poco visible, pero señalizada con marcas de pintura blanca y azul, que avanza entre palmitos, chumberas y una legión de piedras. El nuevo camino nos lleva hacia el cortijo Colorado evitando la población de Rodalquilar, llevándonos directamente a la torre de los Alumbres, construida en 1510 para defender la comarca de los piratas berberiscos que periódicamente atacaban la población en busca de agua, minerales y esclavos.
Al llegar al Playazo, tomamos el sendero señalizado de la Ruta de los Piratas, que comunica con la cala del Cuervo. Se trata de una zona poco ciclable y algo expuesta, pero que merece la pena recorrer si no tenemos prisa ni aprensión por las alturas. Tras un tramo de descenso que nos pone contra las cuerdas en más de una ocasión, llegamos al Camping La Caleta, donde hay bungalows, aunque preferimos acercarnos hasta Las Negras.
Naturaleza pura, por favor
Día 3: Las Negras-San José 49 km/770 m+
Amanece medio nublado y una hora después la bruma todavía colapsa la bahía. A juego con el día, nuestros pensamientos flotan medio perdidos en una nube de desazón. Estamos en el corazón de un parque natural, una reserva de la biosfera, el primer espacio marítimo-terrestre protegido de Andalucía, pero no por ello es un espacio a salvo. La pista por la que salimos de Las Negras, sin ir más lejos, ha sido recientemente fruto de polémicas. Resulta que el sendero por el que hasta hace un año y medio sólo podían pasar peatones y bicicletas es ahora transitable en coche.La explicación se encuentra a escasos 5 km, en el oasis de cala de San Pedro, habitado desde hace décadas por una pequeña comunidad hippie. Por lo visto, el dueño del terreno los quiere echar –ya ha presentado más de 50 denuncias– y, de paso, construir un nuevo resort turístico. Para los más pesimistas, San Pedro suena a triste secuela del drama de Algarrobico, un megahotel de 400 habitaciones y 20 niveles que, inexplicablemente, contó con todas las licencias de obra pese a que para levantar el inmueble había que volatilizar un monte entero en pleno Parque Natural Cabo de Gata-Níjar y a sólo 28 metros de la orilla del mar. Las obras se detuvieron en 2006 cuando estaba a punto de ser completado, pero el mamotreto permanece allí, como muestra de la ambición y la corrupción sin mesura del hombre moderno.
Mientras tanto, tal y como reza una pintada en un muro de Las Negras, “San Pedro resiste”. Al menos, de momento. Cuando llegamos al final de la pista, descubrimos que todavía queda un último sector de sendero, muy aéreo y con algún tramo realmente técnico, por lo que rodamos muy atentos sobre el profundo acantilado que ha protegido este oasis desde tiempos inmemoriales.
Tras cruzar los bancales que llegan hasta la playa y saludar a varios de sus habitantes, retomamos la marcha por un camino tortuoso que implica colgarse la bici a la espalda durante 20 minutos. Una vez arriba, comprobamos que la humedad reinante ha dejado las rocas muy resbaladizas. En la primera bajada, muy empinada, el instinto de supervivencia nos invita a caminar unos metros. La segunda, en cambio, es más llevadera y nos conduce felices hasta la cala del Plomo, donde sí llegan coches.
A partir de aquí pedaleamos por la pista que sube hacia el cortijo de Los Serenos y la carretera de Fernán Pérez, donde comemos algo rápido. Antes de llegar a Los Albaricoques descubrimos una cómoda pista que va hasta el famoso Cortijo del Fraile, hoy abandonado y en estado precario, que fue escenario de películas como El bueno, el feo y el malo, y célebre por el llamado Crimen de Níjar, que tuvo lugar el 22 de julio de 1928 en sus inmediaciones e inspiró la obra Bodas de Sangre, de Federico García Lorca. Entre inmensas huertas de apio, coliflores e hinojo, y ruinas de cortijos, aljibes y pozos abandonados, pedaleamos por la antigua carretera que unía las minas de Rodalquilar con Los Albaricoques. Aquí dejamos el pueblo a la derecha y empezamos a subir por la rambla de La Paniza, que culmina en una senda que nos lleva hasta el corazón de la caldera volcánica de Majada Redonda. Allí dentro nos topamos con el coche de los Picapiedra, cuyo último viaje hasta este ignoto lugar es difícil de imaginar.
La bajada por la rambla de la Majada es tan fácil como espectacular, hasta que salimos a la carretera, que abandonamos enseguida para tomar otro camino que cruza los Cortijos Grandes y desemboca en El Pozo de los Frailes, donde se puede ver una monumental noria de sangre, de las que funcionaban con tracción animal, similar a la del principio de Conan El Bárbaro. Desde aquí tomamos la carretera hasta San José –son 3 km–, aunque, de camino, en el mapa del GPS descubrimos que hay una pista alternativa que pasa por los cortijos de Pascual y de Doña Ángeles. La próxima vez será.
Energías renovadas
Día 4: San José-Almería 47 km/350 m+
Las minivacaciones se terminan. Hoy toca volver hasta Almería usando prácticamente el mismo camino que el primer día, pero en sentido inverso y con la idea de parar a descansar y tomar el sol en alguna de las playas más bonitas del trayecto. Podríamos preguntar si en el bus local dejan meter las bicis, pero ya tendremos suficiente autobús esta noche. Además, si existe la opción, siempre es mejor ir en bicicleta. A cualquier parte.
Es 11 de enero. A mediodía el termómetro del cuentakilómetros de Amelia marca 28º C. El mar luce azul. El camino de regreso nos vuelve a seducir con sus mágicos paisajes. Puede que hoy sea el último día del invierno en que vistamos maillot corto. O, visto de otro modo, quizá hoy sea el primer día del verano.
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